Se considera que la tasa de letalidad del virus entre menores de 60 años no llega al 1%. (+ info). El virus siquiera provoca síntomas en el 40% de infectados (asintomáticos), y la mayoría de los que se infectan padecen síntomas leves, solo un 20% requieren hospitalización. Un infectado no contagiará a más de una o tres personas (R0= 1.4 –2.5), pero para cuando aparezca el primero con síntomas claros, habrán muchos más infectando.
A nivel nacional, siendo España uno de los países más castigados por el virus, 3,5 millones de personas se han infectado y 78.000 han muerto por esta causa. En porcentajes, el 7,5% de población se ha infectado y el 0,16% ha fallecido debido a la enfermedad.
Comparando estos datos con otras epidemias del pasado, como la peste, que mató entre el 30%-60% de la población mundial en dos siglos, o la gripe del 18 a principios de s. XX, que mató al 10% en dos años, constatamos que este virus SARS-COV 2, que provoca la enfermad del COVID-19, en términos apocalípticos, y parafraseando a mi admirado médico granadino, Jesús Candel, es una MIERDA VIRUS.
Paradójicamente el virus implica un riesgo para la salud de la mayoría de nosotros, menor que el de la inactividad física, responsable del 13,4% de las muertes en España y llevándose más de 52.000 vidas al año (+ info). Pero todos acatamos la orden de encerrarnos bajo arresto domiciliario durante casi dos meses de nuestra vida.
La pregunta que me remueve el estómago desde aquellos días es: ¿Cómo lo consiguieron?, ¿como consiguieron encerrarnos a todos, incluso aceptando mayores privilegios para los perros que para nuestros hijos?. ¿Cómo pudimos aceptar una cosa así?.
Por primera vez en la historia de la humanidad, gobernantes conseguían encerrar a la población de países enteros.
Concretamente en el caso de España, millones de personas estuvimos literalmente confinadas en nuestras viviendas durante mes y medio, sin poder salir más que para que un adulto fuese a comprar. 15 días más en los que solo uno de los progenitores podía sacar a pasear a los niños durante una hora al día. En total, dos meses en los que cada familia tuvo prohibida la interacción con ningún otro ser humano sin prácticamente poder pisar la calle (+ info).
Durante aquellos días, casi ninguno de nosotros conocía muerte alguna por covid de familiares, amigos o allegados. Difícilmente conocíamos gente infectada, aunque muchos nos emparanoyamos de estarlo. De hecho, a día de hoy, la mayoría de nosotros no tenemos muertos cercanos por la enfermedad. Pero aunque el virus no nos estuviese afectando directamente, todos acatamos unas restricciones a nuestra libertad inimaginables solo unos días antes.
Decíamos que lo hacíamos por los mayores, por nuestros padres, porque los queremos vivos, por no colapsar el sistema sanitario y tener que elegir a quien salvar. Y de hecho, la estrategia de confinarnos y limitar los contactos, si los cálculos del modelo matemático del Imperial College de Londres eran correctos, extrapolados a la población española, nos han ahorrado 100.000 muertos, el doble de los que tenemos de no haber hecho nada.
Pero esa explicación de salvar a los abuelos para justificar la estrategia de encerrarnos en cuevas, todavía resuena en mi cabeza, cuando aún en el extranjero, los medios mostraban los cadáveres amontonados en unas residencias convertidas entonces en mataderos. Nadie se preocupó de sacar de allí a los abuelos. Este hecho ha sido denunciado recientemente por Amnístia Internacional. De las cerca de 30.000 muertes por Covid-19 que tuvimos en España hasta que terminó el confinamiento a finales de junio, 20.000, dos tercios, murieron en las residencias de mayores.
Ni el gobierno ni las autonomías prohibieron nunca a las familias sacar a sus ancianos de las residencias, no pueden hacerlo. En la guía para residencias del 24 de marzo 2020 se prohibieron las visitas y las salidas de paseo de los centros, no el hecho de prescindir de sus servicios.
La cruda realidad es que nos encerramos porque nos obligaron a ello, porque nos obligó el gobierno, y acatamos la orden por miedo, unos al virus, otros a las multas y la mayoría a una mezcla de ambos.
Todo lo que hemos hecho es debido a una maniobra de propaganda del miedo, al mejor estilo goebbeliano, que se extrapoló de China a Italia, España y otros países que nos sucedieron. Los aplausos a los sanitarios, los carteles, el resistiré, las informaciones de expertos en los medios, el asedio policial, todo se copió de la estrategia usada en China con los habitantes de Wuham (+info).
Concretamente en el caso de España, pese al aumento de la audiencia en un 40%, el Gobierno dotó 15.000 millones de euros en ayudas a televisiones privadas (Real Decreto-ley 11/2020, de 31 de marzo), (las ayudas directas para autónomos y empresas han sido de 7.000 millones de euros) y redujo el IVA del 21% al 4% a los medios de comunicación digitales. Se aseguró así de que todos los canales de información públicos y privados abrazasen su estrategia de contención del virus, además que la sobre-información de la tragedia mantuvo audiencias en niveles nunca vistos (+ info). Cualquier discrepancia con las medidas adoptadas fue duramente criticada desde las más altas instancias del Gobierno (EEUU ha denunciado al Gobierno español por «violencia y acoso» contra la libertad de expresión y de prensa en 2020 (+ info). Y los sectores de población políticamente afines al Gobierno, se encargaron gratuitamente de desprestigiar y ningunear cualquier opinión crítica con su gestión o su percepción sobre la gravedad de la epidemia.
El resultado fue un bombardeo diario de muertos y noticias sobre el Covid, al que aún estamos sometidos, que acabó aterrando a buena parte de la población española, generando un consenso para acatar las medidas adoptadas y posponiendo cualquier ápice de disidencia al futuro. Y esto a su vez permitió la instauración de un estado policial, que muchos aplaudieron, traducido en más de un millón de multas y 9.000 detenidos bajo una interpretación arbitraria y abusiva del estado de alarma, como así lo ha recogido el propio Tribunal Constitucional. Amnistía internacional también ha denunciado al gobierno español por este hecho (+info).
Hemos estado meses lavándonos compulsivamente las manos para saber ahora que la transmisión por contacto es mínima, 5 por cada 10.000. Nos obligan a llevar mascarillas en calles vacías o a reducir el contacto a cuatro o seis personas en terrazas, cuando ni la OMS ni los CDC de EE.UU reconocen la transmisión aérea como vía de infección y toda la comunidad científica comparte que la infección al aire libre solo es posible en masificaciones (+info). Muchos continúan sin ver a sus padres en sus casas cuando la mera recomendación de abrir ventanas y mascarillas es suficiente para evitar la infección.
Lo que hicimos antes y lo que continuamos haciendo ahora, no es realmente por salvar a nadie, sino porque nos obligan a ello y obedecemos gracias a una política del miedo.
Molestias como desnudarse al entrar en casa, limpiarse los zapatos o desinfectar toda la compra, cuando muchos siquiera veían a sus mayores, desaparecieron en cuanto el gobierno eliminó las restricciones. Hemos criticado ver a padres con niños en la calle, tras días encerrados, cuando al día siguiente lo hacíamos todos porque el gobierno nos lo permitía. Dejamos de ver a nuestros padres durante meses con menos de 500 infecciones al día, y la mayoría de ellos pasaron por nuestras mesas en navidad, con ratios de más de 10.000 nuevas infecciones diarias. Hemos seleccionado nuestras amistades como si unos infectásemos más que otros, hemos señalado a algunos por hacer lo que después hemos hecho nosotros.
El virus nos ha puesto frente a un espejo. Somos igual de humanos que los habitantes de aquellos pequeños pueblos que en el s. XIV, afectados por la peste, y en palabras de Boccaccio, eran aislados porque “los sanos visitaban o se comunicaban con los que habían adquirido el mal”. Pero a aquellos se les aislaba a punta de espada y no había forma de encerrarles en sus casas, eso les hubiese matado de hambre. A nosotros, en cambio, se nos ha aplicado un método más sutil, la propaganda del miedo.
Lo trágico es, que el conjunto de restricciones impuestas por los gobiernos junto a la sucesión de noticias sobre muertos y sobre el virus, ese fenómeno de la pos-verdad con el que convivimos, nos ha cegado a los hechos.
Un simple vistazo a cualquier ranking de países que muestre las defunciones por covid/ habitante (https://www.worldometers.
(Ver tabla anexa tras artículo)
Aunque no se impongan restricciones, como fue el caso de Suecia, la gente se cuida y evita juntarse, manteniendo un ratio de infectados entre la población del 7%, similar al de España con todas las restricciones que nos han impuesto. Pero Suecia ha salvado su economía, y la caída de su PIB en 2020 ha sido del 3%, mientras la caída del PIB en España ha sido del 11%, la mayor de toda la OCDE.
Se sabía desde un principio que este cororanavirus era un arma de doble de filo contra la humanidad. Si se aplicaban duras restricciones de movimiento se destruía la economía y si no se hacía nada se pagaba con muertos.
Pero las restricciones manteniendo el virus en circulación han resultado contraproducentes. El virus ha demostrado que no podemos dejar de comportarnos como humanos de forma indefinida. Mientras Bélgica ha implantado sucesivamente estrictos confinamientos y cierres en sus negocios, su vecina Holanda aplicó lo que llamó un “confinamiento inteligente”, en el que el aislamiento era solo una recomendación y la mayoría de sus comercios, no bares y restaurantes, permanecieron abiertos. El resultado es que Bélgica sufre una de las tasas de fallecidos más altas del mundo mientras Holanda mantiene ratios relativamente bajos.
Solo aquellos países que han aplicado una estrategia de COVID-0, en la que al virus se le detecta y contiene desde el principio, erradicándolo e impidiéndole la entrada a través de las fronteras, se han salvado de la tragedia.
Por el contrario, tras un año de pandemia, los españoles podemos constatar los resultados de las absurdas medidas a las que nos han sometido, del trato humillante que nos ha impedido movernos por nuestro país cuando cualquier extranjero accedía sin control alguno y de la crueldad de reprimir juntarnos desde que comenzó todo esto: Una de las mayores tasas de muertes del mundo, el mayor decremento del PIB de la OCDE y una tasa de desempleo del 15,3% que no sabemos cuanto alcanzará una vez el paro efectivo del 35% actual, entre parados, afectados por ertes y autónomos en cese de actividad, se traduzcan en paro real (+info).
Esta es la realidad que no nos ha dejado ver el bombardeo diario de muertos o el politiqueo que señalaba a la Comunidad de Madrid por abrir los bares, con menor tasa de muertos por habitante que otras que han aplicado todo tipo de restricciones (+info).
Hicimos lo que debíamos hacer, no podemos recriminarnos por ello. Ahorramos miles de muertos mientras nuestros sanitarios se enfrentaban a una ola de enfermos que nadie esperaba, sin siquiera disponer de mascarillas y protegidos por bolsas de basura. Tuvimos el record de sanitarios infectados tras esa primera ola y a día de hoy son más de 100.000 los que se han infectado.
Pero no se nos puede pedir dejar de ser humanos por tiempo indefinido, y por ello nos hemos seguido infectando y han continuado habiendo muertos.
Los mismos que nos han dado las vacunas nos advierten que esto puede que aún no haya acabado. La inmunidad de las vacunas es temporal, el virus seguirá circulando por el mundo porque no todos recibirán vacunación y volverá mutado (+info). Independiente de este u otros virus que puedan venir, el mundo va a enfrentarse a nuevos retos para nuestra supervivencia, producto del cambio climático que nosotros mismos hemos provocado. Esto requerirá cambios en nuestra forma de vivir y posiblemente nuevas restricciones y nuevos confinamientos.
Pero si el precio a pagar para sobrevivir es perder nuestra humanidad, el hecho de amarnos y de amar lo que nos rodea, dudo haya hueco en la Tierra para nosotros.
Quizás debamos ir pensando que más nos vale ponernos en manos de la naturaleza antes que en las de los gobiernos de los hombres. Al menos hasta la fecha, para sobrevivir esta nunca nos exigió dejar de ser lo que somos, humanos.